Sucesos notables en la historia de Tandil
Los vascos y su calidad humana - Cap. 2
Fuente: archivo El Eco.
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Autor: Juan R. Castelnuovo (1935-2022).
No sólo inclinados sobre el surco en el campo o sobre el "kaiku" en el tambo. También en la ciudad en la docencia, en el comercio, en la función pública, en las bellas artes, en la medicina y en otras profesiones-los vascos aportaron y aportan, a través de los 172 años de existencia del pueblo, su laboriosidad y sus nobles sentimientos en favor de la grandeza de Tandil.
Los hubo también periodistas, como Francisco Amespil -exdirector de El Eco de Tandil- y Ramón Gorraiz Beloqui, ilustradísimo historiador.
Uno de los primeros agrimensores -luego de Carlos de Chapeaurouge- fue también vasco: Juan Altabegoiti. Y hasta hubo una partera proveniente del país euskadi: María Ebarlin.
Entre los que contribuyeron a la formación del pueblo desde el momento mismo de su fundación, figuran los apellidos de Maritorena, Bastarrechea, Erreguerena, Ormaechea, Arrillaga, Zelarrayan, Mendieta, Algañaráz, Arrascaete, Echarri, Uriarte, Errandorena, Bicondo, Esmenotte, Cortajerena, Saint Jean, Laza y Zubillaga, entre otros.
Y también el legendario sargento Zabala, que afrontó a pie firme, con otros aldeaños, la embestida del malón que se abatió sobre el Fuerte de la Independencia del Tandil en octubre de 1855.
Después vinieron los Salaberry, los Yrigoyen, Larrache, Capdepont, Sagastibelza, Dartayeta, Garmendia, Egoburu, Tapia, Inchauspe, Linsuain, Sanpaul, Etcheverria, Goñi, Oronoz... Ý también Armendáriz, Sánchez, Lavayén, Iturralde, Gastañaga, Ugalde, Sasiain, Erregue, Urruti, Fagoaga, Salsamendi, Chapar, Masmela, Alduncin, Bidaburu, Urcade, Espel, Ansolabehere, Goyaran, Paguapé, Arsoaga, Azcue, Inciburu, Etchegoyen...
Y sigue la lista: Olaechea, Usandizaga, Urraza, Pegaz, Apecetche, Rivera, Arana, Uvici, Cascué, Iriberri, Lisarrague, Isaza, Igartúa, Iparraguirre, Eguinoa, Βαigorria, Bilbao, Larrañaga, Elissondo (o Elizondo), Aycaguer, Aragolaza, Etchegalen, Arrillaga, Lecumberri, Miquelarena, Gogorza, Iribarren, Letamendi, Iriarte, Mujica, Eder, Argouas, Iraola, Anasagasti, Manterola. Mendiberry, Chimondeguy, Aguerre, Beraza...
¿Cómo no recordar a nuestro amigo Antonio Beraza?
- "¿Ves aquel edificio donde está el Palace Hotel? -nos decía cuarenta años atrás, en el cotidiano encuentro callejero, destinado a abrevar de su inmensa sabiduría- Allí había un rancho de paja y adobe a dos aguas, adonde yo fui a vivir cuando vine de Segura".
"¿De dónde?" -preguntamos sorprendidos.
"¡Bueno, hombre!.. voy a pensar dónde queda y... mañana te digo"-agregaba socarronamente, mientras apuraba el paso, dejándonos con el sabor de nuestra propia ignorancia-.
Y cuando al día siguiente lo cruzábamos de nuevo en Rodríguez al 400 o en la esquina de la plaza, nos sacaba de la duda, tras el saludo cordial:
"¡De Guipuzcúa, muchacho!.. ¿de dónde quieres que sea?"
Entonces venia la pregunta, inevitable:
- ¿Hace mucho que vino?
- Sacá la cuenta. -nos respondía- Nací el 20 de junio del 83 y tenía doce años cuando llegué...
- ¿Cómo vino? -continuaba el diálogo.
- Pues... ¡un hermano me giró el importe del pasaje. Y al llegar a la fonda "Gaste, viejo" en Buenos Aires...
- ¿Cómo?..
"Gaste, viejo". Así se llamaba... ¡qué quiéres que haga yo! Apenas transpuse el umbral... el propietario de la casa me preguntó al verme: "¿Usted es hermano de Pedro Juan?"
Y prosiguió su relato don Antonio:
"Cuando le dije que si... que Pedro Juan era mi hermano ... ¡ahí no más me pegó un trabucazo!
"Tu pobre hermano... murió hace ocho días", me dijo.
- ¿Entonces?.. preguntamos con tristeza.
¡Que querés que hiciera, muchacho!.. Solo, sin amigos, con el dolor de esa noticia en el alma y...con sólo tres duros en el bolsillo, di los primeros pasos por las calles de bendito país.
- ¿Qué hizo entonces?
- Sali a buscar trabajo al día siguiente, nomás.
- ¿Lo consiguió?
- En la casa de un tachero bearmés, que me pagaba cuatro pesos mensuales y una cachetada por semana.
- No creo que un hombre de su raza -nos permitimos dudar- haya aguantado... tan fácil... sobre todo las bofetadas.
- ¡Claro que no!.. Un buen día, de bronca, dejé el cucharón en el fuego hasta que... se derritiera... mirá vos.
- ¿Que pasó entonces?...
- Mejor... cambiemos de tema. Sólo puedo decirte que ése fue mi último día de trabajo y que... me iba dando vuelta hacia atrás, cuando me marché, a toda carrera, para ver a qué distancia me venía siguiendo el amo desconsiderado y cruel...
- ¿Después?
- Salí hacia el campo. En la soledad y bajo las estrellas... ¡hasta me sentí poeta!
Continúa.
NdlR: Esta nota fue publicada originalmente hace 25 años por El Eco de Tandil.